Imprimiendo organos
Un paciente se dispone a someterse a
un trasplante de corazón. Mientras se le intuba, se le monitoriza y
el anestesista se prepara para sedar al enfermo, en un rincón del
quirófano, la bioimpresora 3D fabrica el órgano de remplazo que
sustituirá al infartado. El zumbido de los cabezales del aparato en
movimiento, cargado con cartuchos de cardiomiocitos y de otros tipos
celulares, indica que el nuevo corazón aún no está listo. En unos
minutos podrá comenzar la operación.
Esta imagen forma parte del género
de la ciencia ficción. Y, si algún lejano día deja de serlo, los
expertos creen que habrá que esperar no menos de tres décadas. “Yo
lo situaría en la frontera de los próximos 30 años”, afirma José
Becerra, del Centro de Investigación Biomédica en Red en
Bioingeniería, Biomateriales y Nanomedicina. Pero, aunque sea a
largo plazo, hay motivos para imaginar que la escena del quirófano o
una similar acabe siendo realidad por razones que van más allá de
la simple fe en el desarrollo científico. “Lo mágico de todo esto
es que se vislumbra [como una posibilidad de futuro] gracias al
desarrollo que están teniendo las impresoras 3D y la informática,
unido a la aparición de nuevos materiales y los avances en el
conocimiento biológico”, comenta este catedrático e investigador
del Laboratorio de Bioingeniería y Regeneración Tisular de la
Universidad de Málaga.
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